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De escribir, escribir, y luego… escribir un poco más

Ah, así que escribes, me dijo. Al principio, la expresión en su cara me pareció de sorpresa, pero al punto vi que lo que en realidad debía de inspirarle se acercaba más bien a la lástima. Y esta era mayor cuanto más enfático era mi asentimiento, así que dejé de hacerlo.
¿Y qué escribes? De todo un poco, le podría haber contestado, aunque no lo hice.
Tampoco dije cuentos, sino cuentecillos. ¿Y qué queréis? El diminutivo me ayudaba a sacudirme de encima la responsabilidad. Además, yo solo deseaba pasar lo antes posible a otro tema menos vergonzante e intentar remontar en el marcador. Ni que decir tiene que acabé perdiendo aquel encuentro, pero no es eso de lo que quiero hablar
Empiezo de nuevo.
Aquella noche, más tarde, cuando ya me encontraba a solas en casa, reflexioné sobre el hecho en sí de escribir, acerca de lo presente que esa actividad está en mi día a día. «De todo un poco», esa primera respuesta que nunca pronuncié no habría estado mal, pero es bien sabido que raramente encuentra uno las palabras precisas en los momentos justos. Porque lo cierto es que escribo. Mucho, muy variado y a todas horas. Escribo la de Dios.
Vamos, que puesto a replicar con gracia podría haber respondido a su pregunta con otra: ¿y cuándo no escribo?
Y lo curioso es que no me había dado cuenta de ello hasta esa noche. La verdad: me pego casi todo el día, casi todo el puto y santo día, escribiendo. No lo digo para presumir (no hablo de calidad, además, sino solo y exclusivamente de cantidad). Fue asombroso constatar una realidad en la que llevo años inmerso y sospecho que no será muy diferente para algunos de los que ahora estáis leyendo estas líneas.
Comienzo (otra vez).
Me suelo levantar temprano para escribir. En esas primeras horas del día concentro la escritura de ficción. Hace muchos años descubrí que es mi mejor momento para ello. Estoy descansado, con silencio (ambiental e interior), y sin que el trabajo diario haya empezado a incordiar todavía, como un perrillo que anda por tus pies demandando atención.
Luego, cuando empiezo a trabajar: sigo escribiendo, por supuesto.
Escribo emails.
Muchos.
Y en esto supongo que coincidiré con una inmensa mayoría. En mi caso, lo reconozco, tiendo a escribir largo. Vayan aquí mis disculpas hacia los que sufren mis correos electrónicos. En mi defensa diré que siempre intento que sean claros, entendibles y útiles al propósito para el que han sido escritos. Pero largos, eso sí.
El teletrabajo nos ha traído asociado el comunicarnos (también) por Teams donde, faltaría más, además de hacer llamadas y videoconferencias, hay que escribir. Sin embargo, estos mensajes tienen un formato distinto al de los emails. Son más breves. Como un bocinazo de alerta. Y he aquí la paradoja porque, muchas veces, son tantos los correos que se escriben a lo largo del día que, si entre toda esa saca hay alguno muy importante, se envía un mensaje de Teams al destinatario para indicarle de la llegada del email principal. Y así es como nace, crece y se hace fuerte el género de la metaescritura en el trabajo.
Pero si bien es cierto que lo anterior me lleva un tiempo considerable, también lo es que no se trata (alabado sea el altísimo) del grueso de mi quehacer diario. Porque buena parte de la jornada laboral la dedico a escribir «piezas» que, de alguna forma, nacen para ser leídas por más o menos personas. Me refiero a noticias, comunicados, artículos, reportajes y también entrevistas. De vez en cuando los proyectos en los que participo incluyen memorias anuales, informes, o cartas que otro enviará en su nombre.
A veces son cosas más breves y lo que escribo no pasa de una línea. Slogan, claim, copy, llamadlo como queráis. Una frase atractiva que sirva para transmitir el valor principal de un producto o servicio. O un pequeño párrafo acompañado de un titular en el que transmitir la idea fuerza de una campaña de lo que sea. Lo esencial en este tipo de trabajo es la concreción en lo que se escribe y, para llegar a ella, previamente ha habido que escribir mucho antes y descartar, y limar, y pulir… Reescribir en definitiva.
En otras ocasiones, la concreción es tal que se reduce a un solo nombre. Ponerle nombre a algo como una campaña, un producto o servicio, o un programa de responsabilidad social corporativa, por ejemplo. Escribir su nombre es, en cierto sentido, darle existencia y podría parecer muy bonito, pero a veces es una auténtica tortura.
Pese a lo que pueda creerse soy un ser humano con cierta vida social así que salpicando la actividad diaria están los mensajes que escribo a la familia y amigos a través del whatsapp. Bien podría usar el audio más a menudo y reconozco que cada vez lo hago más, aunque de esta forma corra el riesgo de trasladar al medio oral mi defecto de escribir largo y lo que termine produciendo en ocasiones más bien parezcan podcast. Mi compañero Mario bien lo sabe el pobre, que debe tener los oídos fundidos.
También, en cualquier momento del día, se puede presentar una idea para un relato que, desde luego, no dejo pasar y escribo de forma rápida en algún papel sucio que más tarde incorporaré al cuaderno en el que anoto todas las historias que, tal vez, algún día escribiré con la extensión que se merezcan. Por cierto, cuando digo «incorporar» me refiero, por supuesto, a escribir con más detalle y buena letra esa idea seminal. ¿Por qué no escribo a la primera con buena letra y en limpio en el cuaderno de ideas? Eh…
Sigamos.
Otras ideas que pueden brotar como pompas jabonosas son las que hacen referencia a posibles entradas para este blog. Esas la escribo también, pero en otro cuaderno distinto, y con una caligrafía rápida, de manera esquemática porque ya escribiré “bien” cuando redacte el post final.
Porque sí, claro, esta es la mejor prueba de lo mucho que escribo: también escribo un blog con reflexiones diversas en torno a la profesión, la narrativa o cualquier otro aspecto como este, nuevo caso de metaescritura, por cierto, pues estoy escribiendo sobre el acto de escribir, tal y como estoy escribiendo ahora mismo. El perrete de antes trata de morderse la cola.
Me salvaba (he de decir que hasta hace solo unos pocos días) que casi había abandonado mi actividad en las redes sociales, pero como habrás podido comprobar aquí estoy de nuevo. Shit.
Y a pesar de todo lo dicho todavía me quedan sitios en los que escribir. Consignas revolucionarias en las paredes, mensajes obscenos en las puertas de los servicios o volver a escribir a los Reyes Magos.
Escribir, escribir, escribir… la actividad que, sin duda, más realizo en el día y que siempre me hace pensar en si debería asegurarme las manos.
Sin ellas estaría perdido.
Tal vez escriba al seguro para preguntarles.
Foto: https://unsplash.com/es/@brett_jordan
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