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Recuperar lo mío
¿De qué me hablas?, te preguntó. De Superman, del número veintiséis, nunca me lo devolviste. Te observaba como si incluso ignorara el lenguaje en el que reclamabas aquello que te pertenecía. Y tú dudaste. Tal vez te estuvieras equivocando… Pero no, resististe, seguro de que el muy cabrón se acordaba. ¿Hace cuánto de eso? No lo sé, dámelo. Hará más de treinta años. ¡Que me lo des, hostias! Estás de broma, ni siquiera sabría por dónde empezar a buscarlo. Se giró y tú te habrías retirado, de no ser por esa media sonrisa, esa expresión relajada, confiado en que nada iba a sucederle, y en que una vez más se saldría con la suya, como siempre. Así que le atizaste con la culata. Cayó al suelo y tú sobre él, rodilla en su espalda, cañón en la nuca, la boca cerca de la oreja. Devuélvemelo.
Era una casa grande, de esas con dos plantas, jardín, piscina y todo lo demás. Te condujo hasta el sótano. A cada poco dejabas que el metal le acariciara la columna. Al final de las escaleras había una puerta en la que había serigrafiado un Daredevil, de la época de Frank Miller, inconfundible el trazo y entintado. Siempre fue su favorito. Abrió la puerta y al dar la luz flipaste. No fue otra la expresión que saltó en tu mente, la misma que gastabais a todas horas cuando erais chavales y nada se había jodido aún entre vosotros. La habitación era cuadrangular, con estanterías hasta el techo en todas las paredes. Baldas rebosantes de cómics de todas las épocas, sellos y colecciones que uno pudiera imaginar, en grapa y cartoné. Imposible calcular la fortuna de todo aquello. Y en el centro de la estancia un butacón, un reposapiés y un flexo. No tienes buen aspecto, te dijo. Eso te enfadó. Su preocupación parecía sincera. Dámelo de una vez y me voy.
Empezó a rebuscar en la sección de DC. Abundaban los de Batman, que a ti nunca te gustó. Vale que era huérfano, pero no dejabas de verlo como un puto niño rico. ¿Quién no es un héroe así? Tampoco es que Superman te entusiasmara, pero unos días atrás habías comenzado a releer la colección desde el principio y entonces detectaste la ausencia. Casi pierdes la cabeza buscándolo por el piso. Discutiste con Aurora, porque cada cierto tiempo le da por moverlo todo para limpiar a fondo, repite que la higiene es ahora más necesaria que nunca. Pero te juró que no, que esta vez no había sido ella y tú la creíste, y le pediste perdón porque ya habías recordado: Jaime Aguilar, 8ºB.
¿Bueno, qué? Déjame ver si está en esas cajas. Más te vale que lo encuentres, y le hundiste la pistola en el riñón. ¿En serio vas a dispararme por un maldito cómic? No tenías respuesta. La última vez que nos vimos fue hace unos años, en el Carrefour, ¿te acuerdas? Asentiste. Yo iba con Patricia y los niños, y tú con… Aurora, dijiste. Me pareció muy simpática. Por Dios, Jaime, ¿cuántas cajas vas a abrir hasta que lo encuentres? Encogió los hombros y se limitó a buscar en la siguiente.
Me divorcié hace un año, te dijo, no sé si lo sabías. Sí lo sabías, aunque dejaste que hablase. Necesitaba vomitar todo aquello: las discusiones y el terapeuta familiar, la separación, los críos por medio, un puto drama, vamos. Al menos ya no me tengo que acordar de cerrar con llave esta habitación. Visto así. Y entonces comenzó a llorar. Les echo mucho de menos. A esa zorra no, pero a ellos sí, y les ha puesto en mi contra. Guardaba toda mi colección para que algún día… Tú solo deseabas el veintiséis de Superman, nunca pensaste en tener que aguantar todo eso.
Decidiste decir algo. Los críos ya sabes… Pero no, ni tú mismo tenías idea de lo que querías decir. En fin, que son épocas. Pronto te arrepentiste de tus palabras, nada más dañino que la falsa esperanza. ¿De verdad lo crees? Pues claro que no, joder, lo habías dicho por decir, qué sabes tú de tener hijos. Sí, seguro que es una fase, pronto se les pasará. ¿Cuándo? Se había olvidado de la caja que tenía entre las piernas, y de ti. ¿Cuándo, eh?, insistió, porque tú no sabes lo duro que es esto.
Le sacudiste de nuevo, con más fuerza esta vez. Se tambaleó hacia atrás y al buscar agarre en la estantería un montón de cómics cayeron al suelo. Allí, entre todos los ejemplares desparramados sobre la moqueta, estaba el veintiséis de Superman. Por fin. En la portada aparecía Lex Luthor y no pudiste evitar reírte al ver al archienemigo calvo. Jaime te miraba desde el suelo. Asustado, con un hilillo de sangre resbalándole por la sien. Que te follen. Cogiste el cómic y subiste las escaleras.
Era miércoles. Quedaba una hora para la cita, pero decidiste ir al hospital. A veces, si se había quedado un hueco libre, te metían antes. Alguien que hubiera faltado o que ya no lo necesitaba. Aurora ya no te acompañaba, y tú lo preferías así. ¿Qué iba a hacer durante todo ese rato, sino asustarse aún más? Mejor emplear el tiempo en otra cosa. Tuviste suerte, te atendieron antes de lo previsto. Sentado en uno de esos butacones, mientras la enfermera te colocaba el gotero, abriste el veintiséis de Superman. En la esquina de la primera página, con una letra todavía por formar, leíste tu nombre.
Foto de https://unsplash.com/@devp10
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