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La guerra de los mundos: un clásico vigente

Justo en estas semanas pasadas en las que hemos (como si yo hubiera tenido algo que ver) enviado, de nuevo, un robotito a Marte, me parece oportuno hablar de uno de los libros que han caído en este comienzo de año: La guerra de los mundos de H. G. Wells. Publicado en 1898, aquí tenéis el enlace a Wikipedia para quien quiera saber más de la trama, del autor y del contexto en el que se desarrolló la obra. Además de los siempre curiosos datos con los que los redactores wikis (esos umpa lumpa digitales) nos atrapan haciendo que echemos por tierra cualquier tipo de productividad en el teletrabajo.
Yo he venido a hablar de lo mío
A mí lo que me interesa es reflejar aquí algunos de los aspectos que más me han llamado la atención de la novela, así como ciertas reflexiones ligeras con las que, por supuesto, no tenéis por qué estar de acuerdo. Sobra decirlo, pero lo más probable es que haya destripamientos del argumento y la trama. Avisados estáis.
Buena parte del libro es la narración de una huida que, personalmente, a las pocas páginas se me empezó a hacer un tanto aburrida, por repetitiva, además de confusa. Al cabo de unos capítulos no tenía muy claro si el protagonista iba o venía, si se escondía en un lado o en otro. Me dio la sensación de que se trataba de alargar en exceso la premisa. (Duda seria para los que os metáis en Wikipedia: ¿fue esta una novela por entregas?).
Ahora bien, dicho esto reconozco que la novela tiene bastante carga de acción. Sobre todo, teniendo en cuenta que se publicó hace más de 120 años. Me pregunto cómo recibiría la sociedad de finales del XIX toda aquella sucesión de batallas, extraterrestres, armas sofisticadísimas… Supongo que sería lo más parecido a una película actual de la factoría Marvel en 3D. Hay que decir, en justicia, que algunas de estas escenas se siguen conservando bien.
La novela gana en su segunda mitad
A pesar de ello, la novela me empezó a interesar a partir de bien entrada la segunda parte, pero antes de meterme con ella, una cuestión: ¿alguien sabe a qué se debía la obsesión de Wells con las bicicletas? Las nombra cada poco tiempo y para él son una especie de artilugio casi divino. Más o menos a la misma altura tecnológica que los vehículos utilizados por los vecinos marcianos.
Si hay un momento que me ganó en la novela fue el encuentro con el artillero en el sótano de una casa en el que ambos se esconden de los visitantes y sus extremidades tentaculares. El artillero, que ha perdido un poco el juicio y se ve afectado por un estrés traumático (aunque esto no se diga, se nota de sobra que el hombre no está bien) empieza a hacer una descripción detallada al protagonista sobre cómo debería ser la lucha contra los marcianos.
A la resistencia por las alcantarillas
Y ahí es donde me sorprendió la respuesta que da la novela en palabras de este personaje. Lejos de presentar batalla, el hombre propone esconderse bajo tierra suponiendo, además, que los marcianos se olvidarán de los seres humanos. No sé el plazo en el que estaba pensando este buen artillero, pero me da la sensación de que pasaríamos un largo tiempo alumbrándonos con velas en las alcantarillas.
¿Su plan? Primero: no molestar a los invasores. Segundo: estudiarles con detenimiento. Tercero: cuando se hayan confiado, atacarles con toda nuestra fuerza e ingenio. Se supone que la inversión en ciencia y tecnología (el I+D+i de la época) habría dado, para entonces, sus frutos. Además, el artillero lo tiene todo pensado: como, por ejemplo, crear una biblioteca en la red de canalización de desechos de la ciudad. Brillante. Disfruté mucho con esta parte y, como he dicho, en general con toda la segunda mitad.
This is the end…
Especialmente con las visiones apocalípticas de la caída de la humanidad. Para nada alejadas de algo que veríamos muchos años más tarde en películas y narraciones como Soy leyenda, Terminator o 28 días después. Me asombró mucho su vigencia, además del detalle en las escenas de casquería. Wells desde luego no se corta y ofrece ración abundante de mondongo tanto humano como marciano (recordemos: 1898).
Por supuesto, me encantó el modo en el que encaja la narración con el momento actual. Esa sensación extraña que sucede a veces con un libro o película que parece haber aparecido en tu vida en el instante justo. Para quien no lo sepa, aquí va un buen destripe argumental: los marcianos la terminan palmando al ser afectados por las bacterias que pueblan nuestra superficie. ¡Ay, quién lo iba a decir! Que unos bichitos invisibles a simple vista fueran capaces de salvarnos el culo.
Y aquí estamos, 122 años después, plantando batalla a otro bichito invisible (quién sabe si aliado algún día en el futuro) y colándonos en el jardín de nuestros vecinos del Sistema Solar. Puede que en vez de una tortilla de patata, les estemos llevando algo peor. ¿Quién habrá comenzado entonces la guerra?
Foto: Nicolas Lobos @lobosnico
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