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Lecturas del 2020: distopía, terror, fascismo y dos grandes escritoras
Sí, lo sé. Posiblemente, una lista más de libros leídos en 2020 no es lo que este mundo necesita, pero sirva esto como ritual de paso. Y si pasas, pasa. Aquí van los libros por los que he andado este año, incluyendo aquellos que no he conseguido terminar por razones diversas.
Nuevo autor, abandonos y clasicazo
Comencé enero con un autor al que, oh sorpresa, nunca había leído: Javier Cercas. Terra Alta fue el primero del año y a ese le siguió El móvil, una de sus primeras novelas. También este año leí, por fin, Soldados de Salamina que es el que más me ha gustado de los tres y uno de mis favoritos de este 2020.
También cayó uno de los clásicos de la literatura, una de esas columnas sobre las que se fundamenta la cultura occidental, la piedra angular and so on, and so on… La Ilíada. Bien, una experiencia interesante aproximarse a una historia que se ha repetido desde hace siglos. Para este año está prevista La Odisea, en la edición de Blackie Books a la que tengo muchas ganas de hincar el diente.
Hacia febrero dejé a medias dos novelas que, si bien me estaban gustando, no me llegaron a enganchar. Tenía la cabeza en otras cosas. Pero volveré a ellas en algún momento (aunque siempre digo eso así que no es seguro que cumpla mi promesa): Ruido de fondo y La ciudad de los prodigios.
¡La pandemia ya llegó!
Marzo y… ¡llegó la pandemia a nuestras vidas! Ante esta situación, el primer libro al que acudí fue 1984 como posible manual de emergencia ante la distopía que estábamos (¿estábamos? ¿estamos?) viviendo en directo. Orwell nunca me decepciona. Novela muy actual. A continuación, y no sé por qué en mi mente se conectaron ambas lecturas, leí Hamlet. Dejé después a medias Reina Roja.
Me enfrasqué a continuación en Galdós, que para algo era el centenario de su muerte. Le di a los episodios nacionales: Trafalgar, La corte de Carlos IV, El 19 de marzo y el 2 de mayo y Bailén. Retomaré la serie en algún momento del 2021.
Malos tiempos
Venga, y ahora una mala racha. Tres novelas seguidas que abandoné y de tres genios, cumbres de las letras, pero todo el mundo tiene una mala tarde (lo digo por mí, ojo, no por ellos): Pedro Páramo, El extranjero y El viejo y el mar. Hala, tres en raya.
También se me atragantó un poco, aunque remonté, la lectura de Fahrenheit 451. En año de pandemia distópica sentí que tocaba. Tentado estuve de releer Un mundo feliz, pero no. Llegué así al primer ensayo del año con Somos lo que nos contamos, con el que me había hecho muchas esperanzas y me dejó un poco frío.
Luego un poquito de Platón para desengrasar: Carta VII y Eutifrón. Y un breve ensayo sobre la lectura en los jóvenes: Como una novela, entretenimiento para una tarde tonta.
El libro que más me ha gustado y el más esperado
Bueno, espacio aparte para Lectura fácil, libro del año anterior que había dejado pendiente para un momento en el que estuviera más tranquilo. Como la pandemia iba para largo lo abrí en junio. Verdadero hallazgo, que entra en mis lecturas favoritas no solo de este año, sino de siempre. Por la historia, por cómo la narra, por el humor, por la mala leche que desprende, porque te incomoda, porque te atrapa y te lleva a esa realidad y a querer vivir al lado de esos personajes… Y porque te anima a escribir esperando que en algún momento puedas llegar a conseguir algo mínimamente parecido con tus escritos. Leí luego Terroristas modernos y a pesar de que tiene muchas cosas que me gustan no lo disfruté tanto. No obstante, es también recomendable.
Y de ahí a uno de los libros más esperados del año: A propósito de nada. Las memorias de Allen estaban en mi lista desde que se anunció su publicación en España. Y aunque tiene infinidad de anécdotas interesantes y para fans de Allen como yo es poco menos que obligada lectura, creo que al final se desinfla un poco. Tal vez esperaba una reflexión más profunda sobre su propia obra y la profesión.
Con Miguel y su Meigallo inauguré el ciclo de terror
De un libro grueso a una novela corta de un amigo imaginador: Meigallo de Miguel Garrido de Vega. Aunque me consta que desde hace un tiempo trata de alejarse algo del género fantástico y de terror, en esta novela recupera el género clásico y le da un ambiente de peli de la Hammer en Galicia. Leed voces nuevas como la de Miguel: os llevaréis sorpresas.
Además, con este compañero inauguré un pequeño microciclo de lecturas de terror. De esta forma encadené: La maldición de Hill House, El misterio de Salem’s Lot, Pesadilla a 20.000 pies y otros relatos de Richard Matheson.
Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez también merece punto y aparte. Junto a Cristina Morales mi otro gran descubrimiento del año. Gran libro de relatos que me gustó más que su novela Nuestra parte de noche, siendo esta una novela extraordinaria, así que imaginad el libro de cuentos.
Terminé el ciclo de terror con La feria de las tinieblas y el Génesis (sí, sí, el de la Biblia) que quieras que no, tiene su punto inquietante.
Novelas gráficas
Intercalé entre medias el cómic Persépolis, una lectura que me cautivó. Hacía tiempo que no me emocionaba así con un cómic. Increíble la capacidad de pasar de la sonrisa a la lágrima en una misma página. Aprovecho que estoy con el noveno arte para recomendar otra novela gráfica que ha caído este año: Berlín, increíble recorrido de la República de Weimar y el ascenso de Adolfo y los suyos. Muy actual.
Miedo y fascismo para acabar con alegría el año
Y desde noviembre casi todo lo que he leído ha estado relacionado con el miedo (no el género literario en sí, sino una aproximación psicológica a esta emoción) y el fascismo. Anatomía del miedo, Miedo líquido (que dejé a medias), Facha. Cómo funciona el fascismo, Contra el fascismo e Instrucciones para convertirse en fascista. El ultimo del año ha sido un interesante ensayo: Poder y caos. La política del miedo.
Para seguir la racha apocalíptica he comenzado el 2021 con La guerra de los mundos, porque salvo una invasión alienígena poco más nos falta.
Photo by Tom Hermans on Unsplash
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