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Publicación de “El viaje de vuelta” en Lo Bello Duele #2
Julio está siendo un buen mes.
Hace un par de semanas, la familia de la editorial La Indolente me confirmaban la publicación de uno de mis relatos – El viaje de vuelta – en el número 2 de su revista Lo bello duele. Para los que no la conozcáis, La Indolente es, en palabras de los propios creadores, “una editorial alternativa, apasionada y libre“, y afirman que su objetivo es “hacer los libros más bonitos del mundo, tanto por dentro como por fuera.”
Esta gente me fascina. Su vitalismo, el corazón que ponen en todo lo que hacen, su fe para seguir adelante. En fin, un modelo a seguir, la verdad.
Hace unos meses, lejos de quedarse quietos u optar por caminos más fáciles, decidieron sacar una revista en papel de periodicidad trimestral que diera cabida “a todo tipo de manifestaciones artísticas rompedoras y radicales, con especial hincapié en la literatura, la fotografía, la ilustración y la música“. Hicieron un crowdfounding y sacaron el primer número. Pero si eso es importante, más lo es seguir adelante y sacar el segundo. Así que sirvan estas líneas también como homenaje a esta familia de editores, escritores, artesanos, saltimbanquis y agradecimiento a su esfuerzo por hacer llegar a los lectores cosas bonitas sobre el papel.
El relato que han decidido publicarme en la revista, narra un viaje en avión que bien podría ser un viaje al pasado, pues a bordo del mismo se reencuentran dos viejos compañeros de colegio. Es evidente que la vida ha cambiado mucho para ambos desde que se vieron por última vez y los dos encierran secretos de su adolescencia, pero también de sus últimos años. Todos ellos saldrán a la luz durante ese viaje y para todos los que queráis comprar este número podéis hacerlo aquí.
El viaje de vuelta
No veía a Fermín Bozas desde que termináramos el instituto, más de quince años atrás. Desde entonces le había perdido la pista y tan solo algunos retales de su vida llegaron hasta mis oídos en todo ese tiempo: sabía que estudió ingeniería química o algo así y que se mudó a otro barrio. Poco más. Durante nuestra época de estudiantes no fuimos grandes amigos, así que no puedo decir que sintiera una especial alegría cuando descubrí que sería mi compañero de asiento en el vuelo que nos llevaba a ambos de vuelta a nuestra ciudad.
—Pues tú estás igual, Miguel… —no tardó en decirme.
Lo cierto es que ninguno de los dos habíamos cambiado mucho. Él seguía siendo un ser enclenque que, refugiado detrás de unas gafas, parecía temer a todo lo que le rodeara mientras que yo… Bueno, yo era diferente de Fermín. Siempre lo había sido. Todos en el colegio lo éramos o, mejor dicho, Fermín era distinto de cualquiera de nosotros. Él no jugaba al fútbol, no fumaba, no molestaba a las chicas, no se escapaba de clase para ir a los billares, no se emborrachaba cuando robábamos una botella en la tienda de enfrente… Y el resto de los chicos, claro, le hacíamos la vida imposible por todo aquello. En cierto modo creíamos que se lo merecía. Qué demonios, todavía lo pienso, porque ¿qué le habría costado hacer alguna de todas esas cosas con nosotros? Si hubiera actuado así, tal vez todo habría sido diferente. Pero no, él siempre andaba con el hocico metido en algún libro.
—¿Cómo te va? —pregunté.
No me interesaba lo más mínimo, pero hasta alguien como yo sabe que en este tipo de circunstancias hay que hacer cuestiones así sobre la vida del que tienes enfrente: trabajo, familia y un par de cosas más. El vuelo era corto y tenía la esperanza de que, con un par de preguntas, más de la mitad del recorrido estaría cubierto.
—Me casé hace unos años… —dijo.
Vaya novedad. Eso no tiene mérito. Yo también me casé y total, para lo que sirvió… Lo mejor después de pasar tres años con aquella cabrona fue el divorcio: prueba definitiva de la equivocación que había cometido al pensar que podría estar con una mujer el resto de mi vida. Y con esa mujer, además. ¿Así que Fermín se había casado? Pues mira tú qué bien.
—Bueno, ahora que lo pienso, tú conociste a mi mujer.
—¿Sí? ¿Cuándo?
—Me casé con Susana…
No tenía ni idea de a quién se refería.
—Susana Falcó.
—¿La Susi? ¡No jodas que te casaste con la Susi…!
Todos nos la habíamos intentado ligar en alguna ocasión a lo largo de los tres años que estuvo en el instituto, pero la Susi, Susana, no era de ese tipo de chicas. Era dura, imperturbable como una roca, diferente de todas las demás…
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