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Razones para no terminar de leer un libro
Odio dejar a medias un libro, pero a veces es inevitable. Durante mucho tiempo tuve la absurda creencia de que abandonar un libro antes de llegar al final suponía reconocer mi debilidad como lector: “no he sido capaz de alcanzar la meta“. Al mismo tiempo sentía haber fallado al autor del libro: “lo siento, no he podido terminar esta obra que tanto esfuerzo te supuso“. Lo sé. Pensamientos horribles. Alejados por completo de lo que, al menos para mí, se supone debe ser la literatura: un acto de disfrute puro. Por eso, desde hace ya unos cuantos años, procuro, cada vez que comienzo un libro, tener en mente una serie de reglas, consejos, licencias autoconcedidas que me ayudarán si llega el momento (el duro momento), de tener que decir adiós, goodbye, auf wiedersehen a un libro antes de tiempo. Aquí van por si a ti también te pueden ser de ayuda:
La responsabilidad no es solo del lector
Una de las primeras cosas que cambié en mi forma de abordar la lectura. No solo se trata de no haber podido llegar hasta el final del libro (donde pongo el foco en mí como lector), sino también que el autor no ha sido capaz de atraparme y conducirme hasta ese punto. Creo que la responsabilidad es compartida. Por mi parte estoy dispuesto, como lector, a tirar del libro en ocasiones (a veces sucede en los comienzos confusos, otras son baches que toda historia tiene y que hay que superar, etc.). Ahora bien, llegado un punto de la lectura, espero que sea el autor y el libro el que tire de mi. Si no, mal vamos.
La regla de la quinta parte
Tampoco es que sea una norma escrita en piedra, pero más o menos la tengo presente. Cojo un libro y antes de leerlo cuento las páginas que tiene. Supongamos que 300. Bien, pues le concedo una confianza casi ciega hasta la quinta parte del mismo, en este caso 60 páginas. Llegado ese momento o el libro me ha atrapado, me lleva, me emociona, me ilusiona o adiós, goodbye, auf wiedersehen…
Siempre hay excepciones, por fortuna
Lo bonito de todo esto es que me salto la norma cuando me da la gana. Y es que a veces no está tan claro que un libro que ha empezado flojo no vaya a terminar por todo lo alto. Recuerdo, por ejemplo, La invención de Morel, de Bioy Casares. Novela corta de unas 150 páginas. Al principio pensé: esto me lo leo yo en una tarde. Después de una semana me encontraba estancado en torno a la página 40. Me costaba un esfuerzo enorme avanzar. Era una lectura confusa, exigente, liosa. No sabía si había perdido información o el autor me la estaba escamoteando. Un día, decidí agarrar el libro por las solapas y me dije algo así como: o ahora o nunca. Avancé con dolor hasta la página 50, llegué a la 60, la 70. Percibía que algo iba a suceder en la novela de un momento a otro y ansiaba que llegara ese instante. Pero se trataba más bien de fe. Si ese momento mágico no llegaba el batacazo iba a ser notorio.
Y de repente, en la página 83, algo maravilloso sucedió en la novela que me hizo click. Era como llegar a encontrar el tesoro prometido desde que había empezado a leer la historia. Sin destripar la novela tan solo diré que desde ese punto al final tardé tan solo un hora en leerlo. No contento con eso, o precisamente por eso, nada más llegar a la última palabra de la última página comencé, en ese mismo instante, a leer la novela de nuevo desde el principio. Esta segunda lectura me llevó tan solo unas 3 horas y fue un acto de placer inmenso (bien es cierto que toda la primera parte supone algo nuevo una vez que tienes las claves de lectura apropiada). Desde ese momento entró a formar parte de mis libros favoritos, pero no lo habría sido si hubiera seguido a rajatabla mi regla de la quinta parte. Conclusión: si tu olfato te dice que puede haber un premio importante al final del libro, sigue avanzando.
Si no hay ilusión por leer lo más probable es que deje el libro
Esta sí que no suele fallar. Para mí la lectura es, antes que otras cosas, un placer, algo que hago porque me apetece. Seguro que tú también has tenido esa sensación de querer llegar a casa o al autobús para poder abrir el libro que tienes entre manos y seguir leyendo. No falla: si eso pasa es que estás enamorado de esa lectura. Vives por ella. Si, por el contrario, en vez de leer me empiezo a preocupar por actividades tan importantes como cambiar la bombilla del trastero…, pues eso: addio, mio caro.
La vida es muy corta como para estar leyendo un libro que no te gusta
Cada año se publican en España unos 80.000 libros, de los que buena parte son nuevos títulos y otros tantos reediciones de grandes clásicos del siglo XX, XIX, Siglo de Oro, clásicos grecolatinos y así hasta La Odisea y la Ilíada. Quiero decir que la oferta de libros es inabarcable. Es imposible que lo leas todo. Es imposible que leas una ínfima parte de todo el catálogo de libros disponible que además crece año tras año. Así que se trata de que lo que leas te guste. Más que eso: te apasione. Piensa que todo el tiempo que estás dedicando a leer algo que no te gusta lo estás perdiendo de disfrutar de algo que te enamore. Lo sé, es duro decir adiós a un libro, pero piensa lo que estás perdiendo. Con el tiempo he pasado a angustiarme más por todos aquellos libros que me gustaría leer y no he leído aún, que por los que dejo a medias porque no me gustan.
“Solo termino uno de cada cuatro libros que comienzo”
No lo digo yo sino que lo dice un autor, maestro, compañero al que admiro y respeto. Parecerá una tontería, pero escuchar esas palabras hace tiempo me supusieron una gran liberación. Por cierto, fue él quien me recomendó La invención de Morel y eso me lleva al siguiente punto.
Pide consejo, consulta listas o haz caso a tu cuñado, pero por favor: lee lo que te dé la gana
Las listas de libros pueden ser útiles para tener una selección previa. En internet las tienes de todos los gustos y colores. Cada año se sacan nuevas listas con los mejores libros del momento o de todos los tiempos. Ahora estamos en una época en la que las recomendaciones de libros abundan. Tu familia te dirá durante las fiestas: “te tienes que leer este libro“, “no puedes no leerte este libro“, “tu vida será incompleta y desgraciada hasta que no termines este libro“… No sé, los gustos son lo que son: personales. Yo, después de muchos años, me fío de quien conoce mis gustos o de quien recomienda basándose en otros libros. Si te gustó este libro deduzco que este otro te puede gustar por esto y por aquello. En fin, escucha y consulta todo lo que quieras, pero al final es tu tiempo el que vas a invertir en una lectura así que mi consejo es que lo hagas en la literatura que te guste y te llene.
Pues no, no he leído El Quijote
Bueno, sí lo he leído y me ha encantado, pero no fue hasta hace tres años que me puse con él. Y lo más importante: porque me apetecía. Me lo he tomado con calma y lo he ido alternando con otras lecturas. Cuando me cansaba lo dejaba a un lado y cuando tenía ganas volvía a él. Me parece una maravilla de libro, encierra sabiduría en cada frase y sigue siendo muy actual, pero reconozco que no todo el mundo tiene que compartir esa opinión. Hay personas a las que se les atragantará (por ejemplo a mí cuando me obligaron a leerlo con diecisiete… y no lo hice, claro). El momento para leer una obra cumbre de la literatura tiene que llegar. Puede que nunca llegue o puede que cuando lo haga lo dejes porque no te gusta. Pues ya está, no pasa nada. No te van a meter en la cárcel por eso (aunque tal y como están las cosas, nunca se sabe).
Como muestra, un botón: estos son algunos de los libros que he dejado a medias este 2018
El número de libros que he abandonado ha crecido respecto a 2017, pero lo más curioso es que también ha aumentado el número de libros que he leído de principio a fin. Y eso que la primera parte del año leí muy poco por falta de tiempo (mentira: tiempo sí había, lo que no había era ganas). Yo creo que este aumento de finalizados y abandonos se debe a lo siguiente: pierdo menos tiempo aguantando libros que no me gustan. Soy más libre, por así decirlo.
- Corazón tan blanco (Javier Marías). Me encantó cómo empezaba, su primer capítulo es maravilloso. Los conflictos internos tan intensos. Su prosa me gustaba, luego me hizo gracia la forma que tiene de meter circunloquios, divagar, esa forma de parar el tiempo. Sin embargo, cuando vi que la trama no avanzaba todo lo rápido que me habría gustado empecé a cansarme un poco. Después de cien páginas dando vueltas al mundo de los traductores noté que algo no iba bien. En la 120 le dí un aviso (“Javier, o esto se reconduce o yo lo dejo”) y en la 149 dije: “pare el taxi que yo me bajo”. Hasta luego, Lucas.
- Memorias de Adriano (Marguerite Yourcenar). Precioso libro que algún día, espero, volveré a leer desde el principio. Un caso extraño, pero a veces me ha pasado. El libro me gusta, pero me doy cuenta de que no es el momento para leerlo, para aprovecharlo y disfrutarlo al máximo. Puede que tenga la cabeza en otra cosa o que en ese momento necesite algo más ligero: un clarete y no un gran reserva. Llegado ese punto, mejor dejarlo ahí, ponerle de nuevo el corcho y quién sabe si en el futuro lo abriremos de nuevo. A diferencia del vino, un libro no se echa a perder una vez abierto.
- El libro tibetano de la vida y la muerte (Sogyal Rimpoché). Caso similar al anterior aunque desde un punto de vista de calidad literaria no tiene nada que ver. Me pareció interesante en alguno de sus planteamientos y me leí sus primeras 250 páginas de un tirón. Cuando vi que quedaba un trozo similar para terminar y que tanta espiritualidad se me estaba empezando a hacer bola, lo dejé. Además, es un libro que, llegado el caso, se puede retomar sin problemas desde el punto en el que lo dejé.
- Las brujas y su mundo. (Julio Caro Baroja). Otro ensayo clásico y referente en la materia que se quedó a mitad. Sin más.
- El péndulo de Foucault (Umberto Eco). Libro con el que he tenido una relación de amor-odio-odio. Me ha encantado en algunas partes y me ha parecido un tostón en otras. A ratos una especie de divertimento y en otros un exhibicionismo erudito que solo hace gracia al autor del mismo y a pocos más. Eso sí: le reconozco muchas cosas a Eco en esta novela, pero antes que nada que tuviera el valor de escribir lo que le diera la gana (cualquiera le negaba nada después de El nombre de la rosa). Recuerdo a una persona que cuando le dije que estaba leyendo El péndulo de Foucault me contestó: “¿Por qué?“. Como si me preguntara por el crimen que había cometido para merecer semejante condena. Además de que la edición que tenía era horrible en cuanto a maquetación y tipografía (eran 500 páginas que en una edición normal serían 800) Umberto Eco se permite, a mitad de la novela, cuando parece que avanza a buen ritmo, meter una digresión (el consabido Plan del que trata la novela) de unas 150 páginas que cayeron como una losa sobre mí. Me di cuenta de que seguía leyendo sin enterarme de lo que me estaban contando, incapaz de procesar semejante cantidad de información, nombres, teorías conspirativas, etc. Estaba atrapado en mitad de una novela que se había llevado ya cerca de un mes y que amenazaba con enterrarme en vida. Sin embargo, lo curioso del tema es que seguía habiendo una llama que, aunque débil, permanecía encendida: me interesaba saber cómo terminaba el libro y qué le pasaba al protagonista. Quería terminar el viaje, pero sin tener que pasar por el calvario de leerme las doscientas páginas que quedaban. Hice lo que nunca antes había hecho: me lo leí a salto de mata, en diagonal, llámalo como quieras. Mis ojos escaneaban a toda velocidad las páginas: si era de la trama del protagonista vale, si era un rollazo a la vista, fuera. En una hora lo terminé, supe cómo acababa, pude cerrarlo y dedicarme a leer algo que me gustara de verdad.
Pese a todas estas razones, guías y normas autoimpuestas, a veces he terminado leyendo libros que en el fondo tampoco me gustaban tanto y lo he hecho, lo reconozco, por el orgullo de decir: lo he terminado. En esos casos, me he consolado a mi mismo con las sabias palabras recogidas en el Quijote: “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno“. Y así es, aunque en algunos casos el mejor momento de un libro venga cuando has decidido cerrarlo antes de tiempo.
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